Saltar al contenido

Una anécdota

martes, enero 10, 2012

Hace unos días proyecté en el Cubil Zito Gun for hire (Frank Tuttle, 1942), titulada en España como El cuervo, una estupenda película de género negro basada en una novela de Graham Greene y que incluía en su reparto a la deliciosa Veronica Lake y a un debutante Alan Ladd, este último en el papel de asesino a sueldo que, traicionado por sus emepleadores, busca venganza. El pistolero encarnado por Ladd tuvo una infancia pobre, difícil y llena de abusos, un perfil que busca la piedad del espectador para que cuando al final llegue la consabida demostración de que el crimen nunca es impune, este sea mas triste. Más interesante es la apariencia del personaje. Siempre ataviado con sombrero y una gabardina bastante roñosa que el blanco y negro permite adivinar como llena de lamparones. En dos momentos de la película se le llega a confundir con un vagabundo. En la primera escena se acerca a un afilador callejero que le indica como llegar a la mansión del malvado. El hombre, tras darle un buen vistazo de arriba a abajo comprende y le dice «pero si no tienes dinero, te aconsejo que hagas autoestop». Porque en efecto, el  personaje de Ladd es más pobre que una rata, aunque eso sí, orgulloso como un príncipe. En la segunda escena se encuentra con Veronica Lake en un tren. Se sientan juntos. Cuando la rubia va al baño, el desdichado pistolero aprovecha para robarle cinco dólares del monedero. Ella al volver se da cuenta del pequeño hurto, saca su polvera, y mientras compone su maquillaje le repite «¿Tan pobre es usted? ¿Tanto lo necesitaba? Si me lo hubiera dicho yo le habría dado un dólar».

Puede que esté todo en mi imaginación, pero me parece ver en esta trato tan natural y tan cotidiano de la pobreza ajena unas formas que se han perdido y que debían proceder de los tiempos de la Gran Depresión (recientes aún cuando se filmó la película). No en vano, en aquellos días los Estados Unidos se llenaron de pobres de solemnidad y de vagabundos que iban de granja en granja pidiendo compasión u ofreciendo su fuerza de trabajo por un plato de comida. Y esa actitud choca frontalmente con aquella otra, la del reaganismo, la del «búscate un trabajo», la del «si no trabajas es porque no quieres» que cobró fuerza en los ochenta y que la divertidisima Entre pillos anda el juego (Trading places, John Landis, 1983) ilustró de manera brillante.

Mientras las noticias cuentan que se baten récords de usuarios en los comedores sociales de nuestro país, tuve dos encuentros callejeros que me hicieron pensar en Alan Ladd. En la línea azul del metro, un hombre que pudiera ser cualquiera, por ejemplo el Padrezito, agitaba ante los viajeros unos papeles con el claro sello de la Seguridad Social, papeles que aún no le habían puesto en regla, mientras afirmaba pasar necesidad y no tener más remedio que pedir la voluntad. Cierto exhibicionismo es habitual en estas cosas (los muñones al aire son un clásico) y les diría que hasta necesario, sobre todo ante esa nueva ética que les decía, en la que si uno es pobre es por merecerlo y si pide limosna es por vagancia. Es posible que aquellas razones fueran falsas. Es posible que no. Pero quédense con la idea del aporte de pruebas y con la idea de normalidad del mendicante. Porque solo unos días mas tarde, mientras iba hacia el bus del aeropuerto, una mujer me abordó de manera muy tímida a la salida del metro. De pie, junto a las máquinas expendedoras de billetes, normal, con su bolso y su chaqueta de punto, poco mas de cuarenta años. Al principio pensé que necesitaba orientación pero pronto me dijo que le faltaba dinero para el metro, que se había quedado colgada. Mientras yo le tendía el cambio que encontré en mi bolsillo continuó diciendo que el banco le había hecho una putada, que no tenía nada, pero lo decía, y ese es el misterio, casi susurrando, avergonzada.

Lo reitero, puede que todo sean imaginaciones mías. Pero aquel pudor suyo no lo había visto antes en situaciones así, y me hizo pensar, ya digo, en Alan Ladd. Porque la vergüenza, la ocultación, el estigma de ser pobre son producto de los años de opulencia, mientras que en el mundo de después de la Depresión la pobreza era algo normal, aceptado y tratado de forma humana. Quizá la visión reciente de la pobreza termine pronto, quizá vuelva aquella que se ilustraba en El cuervo, o quizá surja una híbrida, mezcla de reproche y compasión. Porque quedaría bonito decir que en este 2012 todos somos como ángeles caídos, caídos del cielo de las posibilidades sin límites, o más bien como Ícaro, nuestras alas derretidas por el sol de la realidad. Sería un símil hermoso pero que ocultaría el hecho clave. Que siempre caen los mismos, joder. Los que menos pueden levantarse.

2 comentarios leave one →
  1. viernes, febrero 3, 2012 5:13 pm

    Me la apunto. Este post me ha dado ganas de ponerme a verla de inmediato.

    Por cierto soy Pérfida
    Un saludo coleguita

  2. domingo, febrero 5, 2012 12:20 pm

    Bienvenida.
    Nos conocemos?

Deja un comentario