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La otra memoria

jueves, abril 14, 2011

Decían los antiguos que las tres potencias de la mente son la inteligencia, la voluntad y la memoria. La inteligencia sirve para encontrar soluciones, la voluntad para aplicarlas y la memoria para recordarlas. De las tres probablemente sea la memoria la más vilipendiada, la más ignorada hoy en día porque los saberes que se sustentan sobre ella nos parecen menos importantes, porque no son razonados (se dice) porque no son inmanentes (diría Platón) porque son conocimientos que no estaban en nuestra cabeza cuando nos los introdujeron. Y es cierto que el dato y la trivia son cada vez más accesibles gracias a las nuevas tecnologías, que donde antes Sherlock Holmes memorizaba marcas de tabaco exótico o los nombres de los marroquineros de Londres ahora existen bases de datos, wikipedias o imedebés que te sirven bits de información en microsegundos, y que esa accesibilidad ha hecho que el saber retentivo se devalúe.

Pero la memoria entendida a la antigua usanza no solo es esa. También existe la memoria de uno mismo y sus devenires, el recuerdo de los lugares que hemos visitado, la gente que hemos conocido, las desgracias y los pesares que atravesamos, las glorias y los júbilos que tuvimos. Esa memoria, la cercana, la propia, la íntima, es la fuente de nuestra continuidad, es la memoria que nos permite ser nosotros en cada instante del tiempo, y es también la que proporciona continuidad al mundo (decía Hume) y a quienes nos rodean, con sus caprichos, sus vicios, sus gustos y sus fobías. Sin memoria no podemos reconocerlos ni reconocernos y es por eso que Memento es entre otras cosas un film sobre un hombre que ha de recordar cada mañana cómo ser él mismo y que el Alzheimer nos demuestra que la memoria equivale a identidad.

O eso solía pensar. Porque ahora sé que también existe otra memoria.

Cuando era niño, apenas un adolescente, una crecida desbordó el río del pueblo en el que los miembros de la Familia Zita pasábamos nuestras vacaciones. Una crecida que embarró bajos, sótanos, que cubrío pontones y presas y a la que solo supo sobreponerse un puente romano. Cuando la inundación cedió quedaron en las orillas cantidades de madera muerta, piedras movidas y, lo que siempre me fascinó, hojarasca acumulada como borras de algodón, prendidas en las ramas a más de dos metros de altura. Esos ovillos marrones quedaron atrapados allí y todavía, casi veinte años después, puedo divisar alguno cuando paseo junto a aquel río. Esas acumulaciones son como esa otra memoria, no la que es joven y puede estipular su origen como una secuencia de acontecimientos, sino una memoria venerable cuyo germen no es posible recuperar o recordar, una memoria que es huella, que es aroma, que también nos hace mezquinos o benevolentes, que nos define y nos condiciona sin conciencia de ella misma. Una resaca de crecida.

3 comentarios leave one →
  1. jueves, abril 14, 2011 7:34 pm

    Qué hermoso…

  2. citizenchase permalink
    viernes, abril 15, 2011 12:00 am

    Nuestra memoria es nuestra identidad. Me ha encantado…

  3. viernes, abril 22, 2011 2:59 pm

    Brillante, hermoso y sugerente post.
    Enhorabuena.

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