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Declaro que la tierra es hueca

jueves, septiembre 5, 2013

La Tierra es cóncava. Moramos en su interior.

Así rezaba uno de los epígrafes de El retorno de los brujos (1960), libro escrito por Jacques Bergier y Louis Pauwels, piedra fundacional de una corriente ¿literaria? de corto recorrido llamada «realismo fantástico». Discutir la veracidad de las afirmaciones con las que estos dos franceses llenaron aquel volumen que tanto impacto tuvo en su día (hasta hace poco no era extraño encontrarlo en las estanterías de abuelos, padres o tíos) nos podría ocupar décadas. Lo que en este caso nos interesa es que en su elaboración de una Historia Secreta del Siglo XX™, estos dos exploradores de lo insólito sacaron a flote una serie de conexiones asombrosas entre acontecimientos en apariencia aislados.

Este verano, documentándome para un texto del que espero hablarles pronto, me he reencontrado con Bergier y Pauwels como quien se tropieza con viejos amigos a los que hace tiempo no ha visto. Servidora buscaba información sobre las teorías de la tierra hueca, un tema muy caro para esta casa, y del que si quieren saber más han de correr al Blog Ausente en busca de esta seminal entrada. El Maestro Absence hacía allí un recorrido introductorio por las dementes teorías que al respecto surgieron desde mediados del siglo XVII, culminando en el «Misterio Shaver«, uno de los episodios más notables que puedan encontrarse de un fenómeno que me apasiona: La influencia de la ficción sobre la realidad.

En el curso de mis investigaciones di con uno de los hitos literarios relacionados con la teoría de la tierra hueca y la existencia de los intraterrestres: La novela The coming race (traducida de mil maneras al castellano; La raza que vendrá es una de las más comunes) escrita en 1871 por el británico Edward Bulwer-Lytton. En ella, un ingeniero anónimo encuentra por accidente una civilización oculta bajo la corteza terrestre. Esta raza fabulosa recibe el nombre de Vril-ya pues utiliza una energía de desconocido origen llamada Vril. A ella volveremos pronto. Digamos de momento que Bulwer-Lytton no escondía en The coming race, como tampoco lo había hecho en ninguna de sus anteriores novelas, sus profundas convicciones espirituales que se manifestaban en un anhelo de mejoramiento del ser humano y de su trascendencia a través de la canalización de energías interiores de las que el Vril era metáfora. Y es que no en vano Bulwer-Lytton pertenecía, está corroborado, a la Orden de la Rosacruz.

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Su novela fue un enorme éxito, y sus ecos se escuchan en obras de ficción como The mole people (Virgil W Vogel, 1956) o incluso la novela Pandora en el Congo (2005) de Albert Sánchez-Piñol. Pero su atributo más increíble es que la fantástica e inventada narración de Bulwer-Lytton sobre los Vril-ya es tomada muy en serio por la Sociedad Teosófica de Helena Blavatsky, efervescente a finales del siglo XIX. Los líderes teósofos tomaron la existencia del Vril como un hecho cierto (al menos de cara a sus seguidores, es decir, como credo exotérico) y fabricaron en torno suyo todo un cuerpo teórico que tenia como principal aspiración la creación de una superélite capaz de domeñar la energía del Vril y de conducir a la especia humana a la iluminación definitiva. Estas ideas estaban en clara relación con las teorías sobre el mítico Reino de Agharta, en cuya capital, la ciudad subterránea de Shambala, tenía su trono el llamado Rey del Mundo. Pero tampoco estaban muy lejos de las que propugnarían poco más tarde los utópicos tecnológicos, incluyendo a HG Wells en su manifiesto la Conspiracion abierta (1928). Y es que una vez la mentalidad tecnológica se impuso sobre la espiritual y se apropió del Vril, lo transmutó en una energía real capaz de propulsar naves como describió William Scott-Elliot, discípulo de Blavatsky en sus ¿novelas? The Story of Atlantis (1896) y The Lost Lemuria (1904). Aquí es donde encontramos un nuevo ejemplo de la constante retroalimentación que existe entre ficción y realidad. Scott-Elliot afirmaba que era el Vril la energía que alimentaba estas civilizaciones perdidas que según él realmente existieron. Scott-Elliot recibía estos textos del ocultista teosófico Charles Webster Leadbeater quien a su vez afirmaba experimentar revelaciones clarividentes sobre estas civilizaciones perdidas. Aquí podemos ver un claro paralelismo con el «Misterio Shaver»: Ray Palmer publicó en 1945 en la revista Amazing Stories el ¿relato? titulado I remember Lemuria! sobre una maligna raza antediluviana de intraterrestres, texto también supuestamente revelado a un misterioso individuo llamado Richard Shaver.

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Pero la más inverosímil de las consecuencias que el Vril tuvo en el mundo real fue que condujo a que se creara en plena Alemania nazi una sociedad secreta dedicada a su búsqueda, la Wahrheitsgesellschaft o Sociedad por la Verdad. En su fundacional ensayo  de 1947 titulado Pseudoscience in Naziland, el ingeniero, divulgador e historiador de la ciencia Willy Ley (y asesor científico de Fritz Lang para su película de 1929, Una mujer en la luna) exiliado en Estados Unidos huido del nacionalsocialimo, reveló el florecimiento de múltiples sociedades herméticas al amparo del esoterismo sincrético del régimen nazi. El texto de Ley se haya en el origen de muchas de las especulaciones desmedidas y sin fundamentos sobre las prácticas ocultistas nazis, pero al mismo tiempo certifica que aquel fue, como la Rusia pre-revolucionaria o como el Bajo Imperio Romano, un caldo de cultivo para todo tipo de creencias esotéricas, entre ellas, lo han adivinado, la creencia en la existencia real del Vril y la tierra hueca.Pero no pienen que esto ha terminado. Aún hay más.

La teoría sobre la tierra hueca que más prospero en la Alemania nazi no fue la de la «tierra convexa», es decir, la que asevera que nuestro planeta cobija enormes extensiones cavernosas bajo su corteza y que en ellas habitan los intraterrestres, sino la de la «tierra cóncava» o Hohlweltlehre, según la cual somos nosotros los que vivimos en el interior de la Tierra pues esta es una esfera hueca que alberga un cosmos dentro de sí, un sol, una luna y una serie de cuerpos gaseosos y luminiscentes a los que llamamos estrellas. Willy Ley relataba en su ensayo que estas alocadas ideas propugnadas por Peter Bender y sus seguidores llegaron a ser tan influyentes que interfirieron con nuestra realidad en al menos dos ocasiones.

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Willy Ley y Werner Von Braum eran muy amigos.

El primer suceso ocurrió en 1933. El ingeniero Franz Mengering culminó su proyecto de validar la teoría de la Hohlweltlehre lanzando un cohete no tripulado desde una base en Magdeburgo. Mengering había recibido la generosa ayuda financiera de unos cuantos industriales de la zona y del ayuntamiento de la ciudad interesado en la publicidad que el lanzamiento podría proporcionarles. La idea detrás de la prueba era que, propulsado en vertical, el cohete alcanzaría bien el espacio cósmico bien las Antípodas dependiendo de si la Tierra era en efecto convexa o cóncava.

El segundo suceso ocurrió probablemente en 1942. Una expedición comandada por el experto en rayos infrarrojos Heinz Fischer llegó a la isla de Rügen, situada en aguas del Báltico. Su propósito era llevar a cabo unos experimentos que, de ser exitosos, podrían conceder a Alemania una considerable ventaja en la guerra en curso. Varios altos oficiales de la marina alemana habían quedado fascinados por la teoría de la tierra cóncava. Pensaron que sería posible espiar los movimientos de la armada británica observando el cielo con suficiente precisión, pues si la tierra fuera en verdad hueca, la curvatura no obstaculizaría la observación de objetos lejanos.

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Por fascinantes que sean todas estas historias, uno no puede estar seguro de cuán fervientes eras las creencias de quienes decidieron transportar las ideas de la Tierra Hueca a nuestra realidad. Como decíamos, Bulwer-Lytton creía en el Vril como metáfora. Charles Webster Leadbeater fue acusado de pederastia, lo que nos recuerda el caso de la secta Edelweiss y del uso del esoterismo para fines sexuales. La Sociedad de la Verdad creía en el Vril pero se burlaba de cualquier referencia a razas intraterrestres. Y es probable que Franz Mengering solo usara la fama de las teorías de Peter Bender para obtener financiación para su cohete. Pero si podemos decir que hubo al menos un creyente devoto en la teoría de la tierra hueca: John Cleves Symmes (1790-1829).

Observando y leyendo sobre los patrones migratorios de los animales, las perturbaciones magnéticas australes y las variaciones de temperatura en el globo, Symmes llegó a la conclusión de que la tierra estaba formada por una serie de esferas concéntricas y que era posible acceder a su interior a través de sendas oquedades de 800 millas de ancho situadas en cada polo. Mediante refracción, la luz del sol podía penetrar en este mundo subterráneo, calentándolo de manera que allí habitaban plantas y animales de otras eras. Aunque estas ideas ya estaban presentes en las obras de distinguidos señores como el astrónomo Edward Halley (1656-1742) y el cartógrafo Gerardus Mercator (1512-1594), es casi seguro que Symmes llegó a estas conclusiones de forma independiente. Su condición de autodidacta le convenció completamente de la veracidad de su visión. Así que en 1818 envió a 500 distinguidas personas el documento que abre este texto, una circular en la que les pedía su participación en el proyecto de exploración polar. Hasta el final de sus días, Symmes viajó por todo Estados unidos, dio conferencias y entrevistas, siempre acompañado de un juego de esferas de metal animadas por poleas, engranajes y sacos de tierra con los que ilustraba los conceptos de su singular teoría. En estos viajes empeñó todos sus ingresos. Murió desacreditado y ridiculizado. Dejó no más que deudas a su esposa y diez hijos quienes, pese a haber vivido en la pobreza para poder costear la cruzada de su padre, le adoraban y compartían sus creencias.

Symmes cosechó pocas adhesiones durante su vida pero sí una muy importante y con repercusiones que nunca soñó: La del explorador Jeremiah Reynolds, que sí consiguió organizar una expedición polar en busca de las aberturas polares que inspiró ni más ni menos que a Edgar Allan Poe a escribir su única novela, La narración de Arthur Gordon Pym (1838), que a su vez inspiró a Julio Verne a escribir su particular secuela, La esfinge de los hielos (1897), y por supuesto a HP Lovecraft y su En las montañas de la locura (1936). Pero no solo eso. La idea de Symmes sobre entradas a la tierra hueca en los polos cautivaron la imaginación de Edgar Rice Burroughs en su saga de novelas sobre el reino subterráneo de Pellucidar, y aparecieron en A contraluz (1997) de Thomas Pynchon y en Heart of Ice (2013), la hasta ahora última entrega de la metaficcional Liga de los Caballeros Extraordinarios de Alan Moore. Por no hablar sobre las teorías esotéricas que hablan sobre intraterrestres montados en platillos volantes que acceden a nuestro mundo desde las oquedades polares donde los últimos nazis tienen sus bases.

Pero esa es otra historia.

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6 comentarios leave one →
  1. Quitus permalink
    viernes, septiembre 6, 2013 7:29 pm

    Creo que JL de Mundodesconocido se va a tocar mucho ahí bajo si lee esta entrada.
    p.d: creo que esto puede hacerle cierta gracia: http://www.lamentiraestaahifuera.com/2013/09/06/una-broma-radiofonica-aterroriza-a-un-pueblo-de-alabama/

  2. lunes, septiembre 16, 2013 10:27 am

    El tema es, como poco, fascinante, carne de bibliófilo. La novela de Bulwer-Lytton la tengo pendiente desde hace tiempo, y algún día quizás me decida a leerla.
    No sé si puede interesarte la referencia, pero hace ya algún tiempo publiqué la reseña de una novela alemana que trata algunos de los puntos que tocas en tu entrada:

    Franz Spunda, Devachan. De la Lemuria perdida a la Austria de entreguerras

    • lunes, septiembre 16, 2013 10:30 am

      Gracias, Couto. Le echaré un ojo. De hecho, su blog de usted tiene muy buena pinta. Me lo apunto!

      • lunes, septiembre 16, 2013 10:32 am

        Pues se lo agradezco, Dr. Zito. Este mi blog es como si fuese su blog de usted.

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