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El pánico de 1907

jueves, octubre 23, 2008

Ahora que los brokers y asesores financieros se llevan las manos a la cabeza, que los bancos son intervenidos y los ciudadanos han sido ya avisados de que pagarán los excesos de otros, qué mejor que recordar otras crisis que en el mundo han sido, signo inconfundible del sistema capitalista y de sus correcciones periódicas, como si fuera Matrix («Papá, ¿pero Matrix no era precisamente eso…?» «Calla, niño, no interrumpas»). Estos mismos días, hace ahora 101 años, se cocía en Wall Street un pánico financiero de similares características y desenlace (por el momento) al que ahora vivimos. Una historia apasionante, llena de tensión y drama, con reuniones secretas, conspiraciones, tejemanejes y Tesla de por medio, que me gustaría relatarles.

En 1907 la economía estadounidense vivía tiempos turbulentos. Aunque crecía a un 7% medio anual (es decir, una burrada; un ritmo comparable al de China hoy en día) el terremoto de San Francisco el año anterior había alterado la estructura financiera del país haciéndola más vulnerable a cualquier vicisitud. A mediados de Octubre, un especulador notorio, F. A. Heinze, se propuso adquirir para su sala de trofeos la United Copper Company mediante una compra masiva y fulminante de acciones. Como la cantidad de dinero necesaria para ello era enorme, Heinze hubo de recurrir a sus amistades para obtener el apoyo del tercer mayor fondo de inversión de Nueva York, el Knickerbocker Trust Company (qué bello nombre). Sin embargo el plan fracasó. Las acciones de la United Copper bajaron espectacularmente y Heinze terminó arruinado. En tan solo dos días había creado un agujero de cincuenta millones de dólares de los de entonces. Y lo que es peor. Sus profundas conexiones en el sistema financiero arrastraron consigo al Mercantile National Bank que el mismo presidía, así como a toda entidad con las que tuviera trato. Cuando el lunes 21 de Octubre el desastre se hizo público, miles de ahorradores corrieron a retirar su dinero, asustados ante la posible insolvencia del banco. La crisis acababa de empezar.

Pronto el pánico se extendió al Knickerboker (por cierto, existe un postre de nombre parecido). El martes 22 de Octubre sus clientes, que recién habían descubierto las íntimas conexiones del presidente del fondo de inversión con Heinze, retiraron más de ocho millones de dólares en el curso de solo tres horas, en una escena no muy diferente a la de ¡Qué Bello es Vivir! Sólo que James Stewart no estaba allí para salvarles. El Knickerbocker se vió forzado a cerrar. La Bolsa cayó en picado, perdiendo porcentajes espeluznantes. Diez bancos más, muchos de ellos perfectamente solventes, mordieron el polvo. Porque recuerden que todos los bancos carecen de dinero: su negocio consiste en prestarlo y esperar que sus propietarios no acudan a reclamarlo.

¿Quién da la vez?

En este punto hace su irrupción J.P. Morgan, personaje de calibre máximo y formas desmesuradas, y probablemente el hombre más poderoso del país en aquel momento. Banquero, filántropo, coleccionista de arte, todo lo que rodeaba a J. Pierpoint Morgan era excesivo. En 1900, había financiado la construcción de la Torre Wardenclyffe con la que Nikola Tesla, nuestro mad doctor favorito, pretendía desarrollar la comunicación sin cables y la transmisión inalámbrica de energía eléctrica. Curiosamente, la interpretación que Orson Welles hizo de Morgan en La Vida Secreta de Nikola Tesla (1980) lo definía perfectamente: Temperamental, grueso, aficionado a los puros y convaleciente perpetuo.

Morgan, como los Estados durante estas últimas semanas, se dio cuenta de que tan solo una inyección gigantesca de dinero podría salvar el sistema. Si cualquier ahorrador que quisiera retirar su dinero fuera capaz de hacerlo, las calma regresaría a las masas y todo podría volver a su cauce. La noche de tal día como hoy de 1907, Morgan reunió en la biblioteca de su casa a los directores de los más importantes bancos y fondos de inversión así como a varios potentados: John D Rockefeller, el hombre más rico de América, George Baker, James Stillman y a George B. Cortelyou, Secretario del Tesoro, venido en tren ex profeso desde Washington. Durante esa maratoniana noche fueron revisando las cuentas de diversos bancos, descartando aquellos con mala salud como el Knickerbocker, rescatando los que tuvieran los suficientes activos válidos y solventes. Es decir, todo lo contrario que en la situación actual, pues nuestros gobiernos están comprando todo activo que se les ponga por delante, hasta la más ruinosa basura subprime. Cerca de la una de la madrugada, Morgan extrajo de varias entidades el compromiso de aportar algo más de ocho millones de dólares. Rockefeller por su parte contribuyó otros diez. Cortelyou prometió depositar otros veinticinco en nombre del gobierno.

J.P. Morgan, amiguito de los niños y las coristas.

A pesar de la masiva entrada de capital, la Bolsa de Nueva York llegó a la hora de comer al borde del colapso. Morgan reunió de nuevo a los presidentes de los bancos y les informó de que o conseguían otros veinticinco millones en diez minutos o el sistema se iba definitivamente al garete. Un cuarto de hora después les había convencido para desembolsar veintitrés. El dinero llegó a Wall Street con el tiempo justo para que todos los pagos pudieran ser realizados. Los inversores respiraron aliviados. Era el principio del fin de la crisis. Durante el fin de semana, Morgan se ocupó por un lado de persuadir al clero para que tranquilizara a sus congregaciones durante el sermón del domingo al más puro estilo de Pozos de Ambición (era un devoto episcopaliano, a pesar de tener numerosísimas amantes). Por otro lado, informó cuidadosamente a la prensa de los detalles del plan de rescate ideado por él. Esos empujoncitos ayudarían a fortalecer la confianza de los inversores.

Sin embargo, aún quedaba un episodio dramático. Una de las corredurías más importantes de Nueva York se encontraba a las puertas de la ruina pues había tomado fuertes prestamos utilizando como garantía acciones de la Tennessee Coal, Iron and Railroad Company, acciones que tras el crash bursátil poseían un valor ínfimo. El riesgo de un nuevo pánico tras el fin de semana era elevado. A Morgan se le ocurrió para solucionarlo que su compañía, la US Steel Corporation, comprara la Tenesse antes de que la Bolsa volviera a abrir. Pero un obstáculo dificultaba su plan: Nada menos que el mismísimo presidente Theodore Roosevelt. Premio Nobel de la Paz, escritor, aventurero, cowboy, Roosevelt incluso llegó a sufrir un intento de asesinato a resultas del cual llevaría alojada una bala en el pecho durante los últimos años de su vida. Héroe de la Guerra de Cuba, fue también uno de los primeros presidentes en ser filmado. Aquí le pueden ver junto a los Rough Riders, sus compañeros de hazañas bélicas contra los españoles:

Pero centrémonos. Roosevelt había iniciado años antes una cruzada antimonopolio que le ayudó a continuar en el cargo tras las elecciones de 1904 (como vicepresidente, tuvo que suceder a McKinley en 1901 cuando éste fue asesinado por un anarquista). Roosevelt difícilmente permitiría que una empresa como la US Steel, que ya controlaba el 60% de la cuota del mercado del acero (y eso es decir muchísimo), adquiriera una de las más importantes industrias metalúrgicas del país. Dos enviados de Morgan viajaron en tren hasta Washington en la madrugada del domingo al lunes con la misión de convencer al presidente antes de la apertura de los mercados. Cuando llegaron a la Casa Blanca, el secretario de Roosevelt se negó a recibirles. El tiempo de agotaba. Consiguieron contactar con el Secretario de Interior y persuadirle, ante la urgencia de la situación, de que se saltara los protocolos. Finalmente, los enviados de Morgan pudieron colarse en el despacho del presidente, quien solo dispuso de unos minutos para ponderar la decisión. Enfrentado a una crisis segura, Roosevelt no tuvo más remedio que apartar sus principios a un lado. Cuando la buena nueva alcanzó Wall Street causó la euforia total. El pánico había terminado.

Pero este no es el final de la historia. Dentro de la Teoría de la Conspiración existe la creencia de que J. P. Morgan inició a propósito el pánico de 1907 diseminando rumores sobre la insolvencia del Knickerbocker Trust, a sabiendas de que aquello desataría la histeria colectiva. De hecho, esa fue una posibilidad sobre lo que se especuló ya entonces. Según esta hipótesis, que aparece explicada por ejemplo en el interesante documental Zeitgest (2007), Morgan pretendía convertir en realidad una vieja aspiración compartida por los banqueros más influyentes: La creación de un banco central. Ese sería el «Quo bono» de la conspiración. Y el pánico, la excusa perfecta.

Ahora que no está el Tío Pierpoint, ¿quién vela por nosotros?

Lo que si es cierto es que Morgan, quien inicialmente había sido aclamado como un héroe salvador del país, se enriqueció con el pánico de 1907 mientras que sus competidores sufrieron grandes pérdidas. Incluso tuvo que comparecer ante el Comité Pujo, creado a sugerencia de Charles Lindbergh Sr, padre del célebre aviador y precandidato presidencial (que sí alcanzaría el poder en La Conjura Contra América, la ucronía escrita por Philip Roth). El comité no encontró pruebas que demostrasen un claro ejercicio de poder por parte de los banqueros, aunque sí descubrió que hombres de Morgan se sentaban en los consejos de administración de decenas de corporaciones. Las sospechas de prácticas plutocráticas por parte de los magnates arreciaron. A este aura conspiranoica contribuyó el secretísimo encuentro que tuvo lugar en 1910 en la Isla Jekyll (el nombre acompañaba perfectamente) entre el senador Nelson Aldrich y un grupo de financieros y millonarios. Se cuenta que todos ellos partieron de Nueva Jersey en el mismo tren, al abrigo de la noche, que no utilizaron jamás sus apellidos para conversar entre ellos, que se congregaron en la costa para tomar el mismo barco y que ni los sirvientes de la mansión en la que se reunieron fueron informados de la identidad de quienes allí se encontraban. De aquella cumbre surgiría la Federal Reserve Act, presentada por el propio Aldrich en el congreso, y cuya aprobación dos años más tarde por el presidente Woodrow Wilson sancionaría la creación de la Reserva Federal de la que ahora tanto oímos hablar. Por cierto, no mucho después Aldrich casaría a su hija con el único hijo de John. D. Rockefeller. Y aunque no hay ninguna prueba de que Morgan causara la caída del Knickerbocker, y sea evidente que los ataques contra la creación de la Reserva Federal (por ejemplo por parte de Lindbergh o del senador McFadden, ambos citados en Zeitgest) tuvieran su raíz en el antisemitismo norteamericano de principios de siglo, ¿han escuchado alguna vez una teoría conspirativa más cercana y hermosa?

5 comentarios leave one →
  1. viernes, octubre 24, 2008 2:45 pm

    Increible post. Muy bueno y constructivo, hay cantidad de detalles que desconocía.

  2. Minizita permalink
    sábado, octubre 25, 2008 3:03 am

    ¡¡La leche!!

  3. domingo, octubre 26, 2008 8:25 pm

    Muy buen post. Estos días he estado leyendo acerca de teorías conspiranoicas alrededor de estos grandes magnates, y sobre la creación de la reserva federal. No suelo prestar mucha atención a las conspiraciones, pero esta historia da que pensar 🙂

  4. Felipe M. permalink
    domingo, diciembre 7, 2008 11:34 am

    En aquellas fechas se encuentra en New York un español poseedor de grandes reservas de metales preciosos, empresario minero , industrial y un montón de actividades financieras y económicas que estaba afincado en México. Su fortuna es incalculable por aquellos días y sé que tiene negocios y contactos con JP Morgan. ¿Estaría implicado en estos acontecimientos? No me extrañaría pues siempre actuaba en la sombra. Murió el 14 de diciembre de 1907 en México después de su regreso de New York. Su nombre era Felipe Muriedas.

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