Old joy
Con la publicación esta semana del nuevo álbum de mi querido Will Oldham, más conocido como Bonnie Prince Billy, y con el estreno de Wendy and Lucy aún reciente en la cartelera frioexterior, es difícil encontrar un mejor momento para tratar sobre Old Joy, el (anterior) film de Kelly Reichardt protagonizado por Oldham. Una pequeña y concisa delicia de solo 73 minutos, una de las mejores películas del 2006 y de la que tengo pendiente hablarles desde hace demasiado tiempo.
Old Joy es una road movie, la sencilla historia de dos amigos, Kurt y Mark, que se reencuentran tras un largo tiempo sin verse y que se embarcan en un fin de semana de acampada en busca de un manantial de aguas termales escondido en los bosques verde esmeralda que cubren el estado de Oregón. Kurt, interpretado por Oldham, es un bohemio errante que aparece de repente en la ciudad para proponerle a Mark una aventura, un respiro. Porque Mark, que en cambio vive con su novia y tiene un teléfono, un empleo y una casa, se encuentra a las puertas de la paternidad y está asustado hasta los huesos por la responsabilidad y la inevitabilidad de ese cambio en su vida. Y en el transcurso de esa excursión, en ese puñado de horas que median entre el sábado y el domingo, recordarán lo que les unió, descubrirán cuánto se ha interpuesto entre ellos y constatarán el fin de una era, tanto en lo personal como en lo global (las viejas tiendas de vinilos cierran, los campos se llenan de basura).
Porque los dos amigos delinean el abismo creciente entre aquellos llamados normales, con su trabajo agobiante y su casa por pagar, con sus trampas pero también con sus logros y valentía, y los que permanecen en el margen, en la periferia de la sociedad y a la vez dentro de ella misma, y que ya sea por elección o por desidia evitan agarrarse a algo («Nunca me he metido en nada de lo que yo mismo no pudiera salir,» confiesa Kurt). La distancia entre ellos es similar a la que existe entre la ciudad y el campo, entre el ruido y el silencio, entre los programas de radio que Mark escucha en todo momento y que glosan el descalabro del país bajo Bush El Joven y la calma que el «buen salvaje» de Kurt busca en bosques y desiertos. Sentados frente al fuego, miran a su pasado común, consumido, vacío ya, exhausto, y se esfuerzan en aparentar que aún sigue significando algo.
Reichardt opta por un naturalismo extremo, sin subrayado ninguno. Por un minimalismo que no solo es argumental. De hecho existen claras similitudes formales entre Old Joy y el cine deconstruido de la Trilogía de la Muerte de Gus Van Sant. Y no sólo porque todas estén ambientadas en Oregón. Reichardt ha reconocido su admiración por Harris Savides, el habitual director de fotografía de Van Sant (y de Fincher). Ambos coinciden en dejar que los paisajes fluyan, en el caso de Old Joy a través de la ventanilla del coche, en su uso del primer plano y en su atención a lo microscópico. A medida que Kurt y Mark van dejando atrás el ruido urbano, la naturaleza toma el lugar de las fábricas, de los aparcamientos, de los cafés de carretera. Las imágenes dan paso después al detalle, al plano casi abstracto del agua que cae, de la niebla que abraza los troncos o la babosa que pasea trabajosa por el musgo. El sonido se convierte en herramienta fundamental para definir los espacios: La radio en la ciudad, los ruidos propios del bosque. Y en ese trayecto que recorremos junto con los personajes, nos desaceleramos nosotros también, nos sumergirnos en el ritmo arbóreo que es ajeno a las vicisitudes humanas, envueltos en la banda sonora compuesta por Yo La Tengo. Y el resultado se siente como un lamento quedo porque es el lamento que produce la nostalgia.
En ese proceso vamos dándonos cuenta de que Kurt y Mark ya no son amigos, aunque aún lo crean y aunque Kurt, un loco dispuesto a ser honesto, trate momentáneamente de disolver la hipocresía. Las circunstancias bajo las que nació su amistad dejaron ya de existir. Precisamente uno de los logros mayores de Old Joy es conseguir capturar la verdad de la camaradería masculina. Se suele elogiar a ciertos directores (hombres) que, supuestamente, consiguen capturar y entender la psique femenina. Reichardt merece ser elogiada por hacer lo propio con el sexo opuesto. Porque a través de la búsqueda que los personajes hacen de ese vínculo perdido, a partir de los trazos que de él quedan, somos capaces de entreverlo, de reconstruirlo. Y también porque consigue reflejar a la perfección la dificultad de un contacto físico sincero entre ellos, sin sospechas de homosexualidad latente.
Old Joy es una película naturalista porque Reichardt se empeña en hacer que las emociones verdaderas, las que revelan algo auténtico sobre los personajes, manen por si solas. Como en el momento en el que el personaje de Oldham cuenta un sueño que ha tenido y concluye su monólogo con el ancestral proverbio chino que en parte inspira al título a la película («Sorrow is nothing but worn out joy«). Y sobre todo en su escena más desoladora, aquella en la que los dos paran a desayunar, perdidos, sin saber muy bien dónde se encuentra el manantial, y Mark reniega por teléfono de su amigo ante su novia. Cuando regresa a la cafetería y Kurt le dice que ya sabe el camino y que en realidad están muy cerca, Mark le responde «Jamás dudé de ti.» Reichardt sabe que, como sucede en esas ocasiones en las que alguien nos desvela involuntariamente lo que de verdad piensa de nosotros o una mentira que nos contó en el pasado, las revelaciones mayores se producen en los momentos más impredecibles y mínimos.
I see a darkness…
Una película hermosa, un término que debemos poder recuperar….
Me ha gustado mucho como has interpretado y explicado la película…
Ha sido un feliz «subrayado» a mi interpretación…aunque no sabría explicarla tan bien.
Saludos.