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La sangre de los maniquíes

jueves, octubre 14, 2010

Hace poco veía La sang des betes, el sobrecogedor documental de Georges Franju de 1949 que relata un día de trabajo en un matadero de Paris. La sang des betes debería ser de obligatoria visión para todos los que comemos carne pero es sobre todo una experiencia cinematográfica de primera magnitud. Filmado en blanco y negro, en los 20 minutos de La sang des betes vemos caballos, vacas, terneros y ovejas siendo matados, descuartizados, desangrados, despellejados, convertidos en carne y filetes por hombres que hacen su trabajo sin mayor emoción (porque “hay que comer y hay que dar de comer a otros”), a veces con un cigarrillo prendido de la comisura de los labios, hombres que blanden afiladísimos cuchillos con una destreza y exactitud fascinantes, hombres fornidos con las muñecas deformadas por el esfuerzo, hombres que fueron boxeadores en tiempos y que ahora compiten por el premio al mejor matador. Entre bestias y hombres, escurriéndose, fluyendo en un torrente continuo, un río de sangre humeante recorre los canales del matadero y rebosa sus desagües.

Georges Franju, pese a su importante papel en la industria francesa, dirigió muy pocas películas durante su carrera, entre ellas Los ojos sin rostro (1960), Judex (1963) y Nuits rouges (1973) de la que hablamos ya hace un tiempo. A Franju siempre se le ha considerado como un cineasta de transición, en medio de todo, demasiado desfasado como para pertenecer a la Nouvelle vague, demasiado joven como para caer en pleno surrealismo con el que mantenía una patente afinidad. Sin embargo, todas esas tendencias, a las que hay que sumar el expresionismo alemán y su amor por el serial francés de Feuillade y el americano de la Republic Pictures, están presentes en su cine. La influencia de los alemanes de entreguerras está en las sombras del caserón de Los ojos sin rostro, la de Magritte está en el hombre pájaro de Judex y la de De Chirico en los edificios abandonados y mudos del final de La sang de betes. Entre las estampas más surrealistas del documental me llamó la atención la que tienen unas líneas más abajo. En los primeros minutos Franju dibuja la vida en un suburbio, en los arrabales de la ciudad, al borde de un vertedero donde vemos un maniquí junto a un fonógrafo. La imagen, de una extrañeza insólita, con los descampados desiertos y los bloques de apartamentos monolíticos detrás, se sostiene unos segundos antes desaparecer.

Qué cosas. Tres días después encuentro una imagen casi idéntica.

En uno esos tumblrs del señor, encuentro Maniquí con voz, una fotografía de Manuel Álvarez Bravo tomada en algún momento de los años 30.

Supongo que eso es lo que llaman serendipia.

Álvarez Bravo fue un fotógrafo mexicano que murió en 2002 a los 100 años de edad, tras una carrera que llegó hasta casi los últimos días de su dilatada vida. Álvarez Bravo fue uno de los pioneros de la fotografía moderna. Álvarez Bravo estuvo en el centro de todo. Con una cámara prestada, heredada de Tina Modotti, que tuvo que exiliarse de México acusada de participar en un complot para asesinar al presidente de la Republica. Alvarez Bravo salía a la callé a registrar lo que encontraba. No necesitaba intentar ser surrealista para serlo. No necesitaba los delirios dalinianos. No necesitaba manifiestos. Solo tenía que mirarlo todo de forma sincera y franca, mirar con un atención a sus compatriotas, a sus mercados y a sus calles. Sus imágenes de entonces capturan una realidad alterada, una exageración permanente, un exceso continuado que quizás tendrían mucha menos fuerza con los colores saturados con los que ahora suele fotografiarse México.

Maniquíes riendo (1930).

Ángeles en camión (1930)

Trabajadores del fuego (1935).

También se centraría en círculos más intimos, en retratos de sus amigos. Kahlo, Rivera, Trotsky, Sequeiros, Eiseinstein, Juan Rulfo.

Manuel Álvarez Bravo.

El ambiente rural también le interesó. Fotografió ranchos, pueblos, montañas, registró momentos naturales extraños, cercanos a las pinturas de Max Ernst, como este:

Roca cubierta de liquen (1927-29).

Álvarez Bravo fue un surrealista a su modo, como JG Ballard en el suyo. Y como tal le reconocieron Luis Buñuel, de quien fue fotógrafo en varios de sus filmes, o su amigo André Breton, que pronto lo adoptó bajo su ala y lo promocionó en Europa, llevando sus fotografías a París donde fueron expuestas en 1939. Quiero creer que fue allí donde Georges Franju las vio. Quiero creer que la historia secreta cuenta que fue así como Franju se quedó prendado de aquel maniquí con fonógrafo. Quién sabe si no sintió también un estremecimiento al ver otra de las más famosas fotografías de Álvarez Bravo, Obrero en huelga asesinado (1934). De ahí a la sangre de las bestias solo había un paso.

5 comentarios leave one →
  1. carolinkfingers permalink
    martes, octubre 19, 2010 1:13 pm

    Sobre la primera parte, ¿conoces esta película? http://www.victorschonfeld.com/ Sobre el resto… en cuanto lo lea.

  2. sábado, octubre 23, 2010 9:51 am

    Qué bonita entrada, doctor. Yo también le propongo una posible pareja del film de Franju a este lado del siglo XX: Nuestro pan cotidiano (Nikolaus Geyrhalter, 2005). A partir de unas decisiones de partida muy sencillas, muestra la producción industrial de alimento como algo hipnótico y, en momentos, muy cercano a los terrenos de la nueva carne. En las partes dedicadas a los mataderos, especialmente: ahí están los drones relucientes que sustituyeron a los boxeadores taciturnos de Franju.

  3. sábado, octubre 23, 2010 1:32 pm

    Oh, muchas gracias Mario. Me apunto la recomendacion. Suena estupendamente!

  4. miércoles, noviembre 4, 2015 10:48 pm

    Me puedes decir que edad , sexo y ocupación tienen los maniquíes de la 4 imagen , donde ocurrio la acción, cuando ocurre,porque los maniquíes están puestos en ese lugar y no en otro, de que nos habla ,

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